Crónica de una ciudad que tolera el abandono y vota por su propia ruina.
Por, René Martínez, psicoterapeuta.
“caminando entre la realidad, el dolor y el abandono”
Seguimos llamándola ‘calle de tolerancia’, pero lo que en verdad toleramos es el abandono, la miseria, y el infierno que arde a plena luz del día. Mientras las autoridades miran hacia otro lado, y la comunidad guarda silencio, la familia se desangra, la niñez se pierde, la juventud se rinde, y nosotros los adultos, nos hacemos los ciegos.
Este artículo no busca consolar, busca despertar, busca doler, y sobre todo, llama a actuar antes de que el infierno que ignoramos nos alcance a todos. Hay ciudades que se duelen en silencio, y Pasto es una de ellas; bajo el nombre decoroso de ‘calles de tolerancia’, se esconden territorios de abandono moral, institucional y afectivo.
Allí no se vive, se sobrevive entre el basuco, alcohol, prostitución, y desolación. Se respira un aire cargado de desesperanza, donde el dolor se compra por gramos, y la infancia se pierde por monedas. Pero, la droga no es el verdadero enemigo, al menos no el primero; la droga es la consecuencia; la herida es otra, el abandono.
Tentaciones
Cuando un niño crece sin brazos que lo arrullen, sin ojos que lo miren con amor, sin una voz que lo nombre con ternura y firmeza, el mundo le queda grande. Entonces, cualquier esquina, un trago, cualquier polvo, cualquier promesa falsa lo seduce. El basuco no llega por sí solo; toca después del silencio, llega después del olvido.
Sin embargo, todos lo sabemos; todos sabemos en qué barrios están las ollas; sabemos quién la vende, a qué hora, y a quién. Lo sabe la Policía, la comunidad, el Estado, pero se han vuelto expertos en mirar hacia otro lado; así, mientras miramos de reojo, un niño más cae, una niña más desaparece, una vida más se pudre bajo nuestros pies, y otros termina por recaer.
Fallamos como papás
Pero, no basta con culpar al Estado, también nosotros hemos fallado como padres, amigos, vecinos, como seres humanos; ahí nos llenamos de discursos, rezos, y excusas. Pero, el amor verdadero no se predica, se demuestra. Estar presentes, escuchar, orientar, proteger… eso es amar.
Amar no es dar regalos, ni publicar fotos el Día del Padre o de la Madre; amar es estar cuando más se necesita, es poner límites con ternura, querer es no rendirse nunca por alguien que uno ama. Hoy, desde el fondo del corazón elevo esta denuncia, y a la vez reflexión, no más tolerancia con la calle de la muerte, no más indiferencia con quienes hemos dejado solos.
La solución no la traerá ningún presidente, ni de izquierda ni de derecha, porque ningún gobierno puede amar por nosotros. Amar es nuestra tarea, nuestra única esperanza; es urgente volver a mirarnos a los ojos, acompañar, proteger, cuidar, mimar; porque si no amamos a quienes nos rodean, si no luchamos por los nuestros, entonces el infierno seguirá creciendo…Y ya no serán calles de tolerancia, sino ciudades de ruina.
Todos podemos ser padres, a nuestra manera todos lo somos, del vecino, el amigo, del hijo ajeno que juega en el andén, del adolescente que pide ayuda con una mirada apagada; porque si no lo entendemos así, la realidad nos va a alcanzar, y cuando llegue, no preguntará por ideología ni por apellido, solo arrasará.
‘Calles de tolerancia’
Pasto tiene sus calles de tolerancia, pero lo que se tolera no es la vida, es el abandono, el microtráfico, el basuco, la prostitución, el consumo desbordado de SPA… todo ocurre a plena luz del día, en las esquinas, frente a la mirada de todos.
Sin embargo, nadie parece ver; he caminado por esos lugares como ser humano, como testigo, como padre, y lo que se ve allí duele con una intensidad que no cabe en informes ni estadísticas. Lastima, porque los que caen no son delincuentes, son muchachos abandonados, ellos no comenzaron en el basuco, iniciaron en la ausencia, un trago de aguardiente en una esquina, un cigarro compartido a los catorce, una fiesta sin nadie en casa, y el silencio de una madre cansada, de un padre lejano, de un ‘Sistema’ que no quiere ver.
¿Por qué…?, eso es lo más grave, lo sabemos, conocemos dónde venden, quién distribuye, sabemos en qué casa y a qué hora. Lo sabe la Policía, los líderes, y lo sabe el Estado.
En el infierno también votan
Finalmente, en el infierno también votan, sí, los que están en la olla también votan, los que distribuyen también votan; y a veces, es mejor no incomodarlos, no tocarlos, no visibilizarlos, porque la política mezquina ha reducido al ciudadano a una cifra electoral.
¿De qué sirve un voto, si al final el país entero se cae a pedazos por dentro?
¿De qué sirve la democracia, si la infancia se desangra en las esquinas, y la juventud se quema en pipas rotas de basuco?
No hay estrategia política que salve a un país que abandonó el amor. No hay ideología que justifique este despojo. La droga no entra por la nariz, entra por las heridas del alma, y esas heridas las hacemos todos cuando callamos, cuando juzgamos sin entender, cuando elegimos la comodidad y decimos, “eso no me toca”, mientras el infierno nos cerca por todos lados. Pero, también es cierto, todos podemos hacer algo, porque todos a nuestra manera somos padres. Entonces, un país que decide volver a cuidar, es un país que puede volver a vivir.
¿Cómo se acompaña a quien amamos?
Con presencia, no hay droga más poderosa que un padre que no se rinde; con palabra firme, los límites no son castigo, son protección. Con ternura, no se trata de salvar al mundo, sino de no soltar la mano de quien se está cayendo.
Con valentía denunciar, aunque cueste; hablar, aunque incomode; con humildad, porque nadie está libre. La adicción puede tocar a cualquiera. La comunidad debe ayudar, nadie se salva solo. Los políticos pasan, los discursos se olvidan, pero el dolor de un hijo perdido se queda hasta la muerte, y no lo cura ninguna elección.
Repito, ningún presidente, ni Petro ni Uribe, ni el de ayer o antier, ni el de mañana, puede amar por nosotros; el verdadero cambio empieza cuando nos hacemos responsables, no solo de nuestros hijos… sino de todos.